Vivimos en un mundo donde la ley del mínimo esfuerzo se va imponiendo poco a poco. Se nos ofrecen las cosas de forma más fácil, cómoda e inmediata. Parece la opción más ventajosa, pero en realidad ello nos lleva a adoptar una actitud pasiva ante la vida.
Es importante asumir que las cosas no llegan por sí solas. Es necesario nuestro esfuerzo e implicación y enseñárselo a los más pequeños. Los sueños e ilusiones dan sentido a la vida. De hecho, el valor que le damos a lo que tanto deseamos se mide con el esfuerzo que invertimos para conseguirlo, y solo se consigue con una actitud perseverante.
Ante los sueños y las dificultades, la perseverancia es la solución
La perseverancia es el esfuerzo continuo necesario para lograr aquellos objetivos que nos proponemos. Es importante no rendirse ante las dificultades que podemos encontrar en el camino, no perder nunca la voluntad y la esperanza. Son precisamente estos contratiempos o frustraciones los que nos enseñan a tener paciencia y a buscar soluciones para superar cualquier obstáculo.
Con una actitud positiva y asertiva, lo aprendido nos hace más fuertes, nos da confianza en nosotros mismos y nos permite crecer como personas. La perseverancia también sirve para levantarnos cuando creemos que ya no podemos más, que necesitamos ayuda o que solos no podremos. Es el mejor aprendizaje para seguir luchando en los próximos sueños que nos plateemos.
Cómo enseñar el valor del esfuerzo y la perseverancia en casa
Podemos empezar a educar en el esfuerzo y la perseverancia a partir de los 2-3 años, cuando en el niño se despierta el deseo de ser autónomo y el intento de hacer las cosas solo es su mayor motivación. Ha llegado el momento de animarlo a comer sin ayuda o a lavarse lo dientes o ponerse los zapatos solo, etc. La referencia del adulto no desaparece, ya que este siempre está cerca para guiarle y ayudarle cuando sea necesario.
1. Dar ejemplo
El valor de la perseverancia en los niños se aprende, sobre todo con el ejemplo de los padres. Somos su referente, por eso debemos ser perseverantes nosotros también con nuestras propias acciones. Demostrarles que tampoco conseguimos todo a la primera, y que por eso seguimos intentándolo hasta lograrlo.
2. Ayudarles a identificar sus ilusiones y metas
Como padres tenemos que fomentar que nuestros hijos exploren y experimenten para encontrar lo que les apasiona, porque esta ilusión es la que alimenta sus vidas y les motiva a seguir aprendiendo cosas nuevas.
3. Razonar con ellos la necesidad de esforzarse
Para poder alcanzar una meta es muy importante que los hijos entiendan que sin esfuerzo no hay logros. A veces los padres tendemos a sobreprotegerlos, no queremos que se equivoquen, que sufran o que se hagan daño. Estos miedos y la prisa diaria provocan que terminemos por darles todo hecho. Al final, el niño, en lugar de aprender de sus errores y, con tiempo y paciencia, realizar las cosas por sí mismo, aprende que siempre habrá alguien que se lo hará. Sin darnos cuenta les estamos haciendo perezosos e inseguros, en lugar de resolutivos ante la vida.
4. Terminar lo que uno empieza
Es importante no caer en la tentación de terminar lo que ha empezado el pequeño cuando nos dice «no puedo» o «ayúdame». Aquí volvemos a optar por la solución fácil y rápida. Los padres somos su fuente de motivación principal, y tenemos que ayudarle a creer en sí mismo y animarle siempre a terminar lo que ha empezado. Si no lo consigue, debemos alentarle para que siga intentándolo, y no alimentar su sentimiento de frustración.
5. La motivación es clave
Ante cualquier reto, la motivación es clave, y no hay mejor motor que la propia familia. La satisfacción que aporta conseguir algo que nos hemos propuesto gracias a nuestro propio esfuerzo es la mayor recompensa. Digamos que el sentimiento de satisfacción de los retos conseguidos alimenta la seguridad y confianza en uno mismo ante los futuros desafíos.
6. Las dificultades y los fracasos son oportunidades
A veces nos esforzamos mucho y aun así nos encontramos con dificultades y fracasos. Pero estos no deberían ser vistos como una tragedia, sino como una experiencia más. A nadie le gusta experimentar una derrota, pero aún es más duro para un hijo advertir la desilusión de un padre. Nuestra figura está para ofrecerles recursos, no más obstáculos, para animarle a seguir intentándolo y, sobre todo, para abrazarlo si se siente derrotado.
7. Elogios en lugar de premios y consecuencias en lugar de sanciones
Es habitual pensar que los premios y regalos son una buena motivación para nuestros hijos. Pero, en realidad, les tenemos que educar en la importancia del esfuerzo para conseguir el objetivo. Y es ese esfuerzo, con meta o sin meta conseguida, el que se merece ser elogiado por nosotros, el mejor premio que podemos darles. De la misma forma debemos tratar los castigos o las riñas. A medida que el niño va adquiriendo responsabilidades, entiende que sus acciones tienen consecuencias.
Recursos para trabajar el esfuerzo y la perseverancia en el aula
Los maestros y profesores son otro ejemplo para los niños y niñas. En la escuela los alumnos deben aprender muchas cosas útiles para la vida, pero desde la primera infancia educar en el esfuerzo y la perseverancia es esencial. Son valores que les servirán para toda la vida. Se muestran aquí algunas herramientas a tener en cuenta:
1. Formación de hábitos
Los hábitos se adquieren por repetición y son una muy buena fuente de motivación, y más si se trabajan en grupo. Son las primeras acciones en las que los niños tienen que esforzarse, y a golpe de repetir una y otra vez, van aprendiendo a hacerlo. Se empieza con hábitos sencillos, y, poco a poco, se puede ir aumentando la dificultad de la tarea.
2. ¿Sacar buenas notas o valorar el progreso?
Cada vez son más los colegios que apuestan por valorar el proceso y el esfuerzo más que el resultado. Cada niño tiene sus ritmos, su forma de aprender y es imposible evaluarles bajo los mismos parámetros, sobre todo en las primeras edades. Por eso, resulta mucho más útil para las familias saber si sus hijos progresan adecuadamente y qué deben mejorar para alcanzar unos objetivos de referencia.
3. Aprender juntos de los errores y de las soluciones
Uno de los mejores aprendizajes que puede tener un niño es vivir cada experiencia, sea buena o mala, como una nueva ocasión para aprender algo. Como maestros, les tenemos que enseñar que la frustración es una oportunidad para mejorar y, sobre todo, que cuando algo ha funcionado lo tenemos que guardar como uno de nuestros mejores recursos para enfrentarnos a próximos retos.
4. El deporte un buen aliado
El valor del esfuerzo, la disciplina y la obtención de buenos resultados está muy presente en la práctica deportiva. Este es un gran ejemplo para entender la necesidad de entrenarse y esforzarse, de ser resistente y no abandonar, de ser perseverante para poder llegar a la meta. Y más aún cuando se trata de deportes de equipo, donde el papel que juega cada uno es imprescindible para obtener buenos resultados.
5. Las manualidades como el resultado de un gran trabajo
En la escuela primaria las manualidades son una genial herramienta para enseñar a los niños y niñas el valor del esfuerzo. Para obtener buenos resultados en cualquier tipo de trabajo, antes es importante preparar todo lo que se necesita para lograrlo (materiales, técnica, etc.). Y nunca olvidarnos de la mejor aliada: la paciencia.
6. Películas, cortos y series de televisión que hablan de contenido social
Ver cualquier audiovisual siempre es bien recibido por los alumnos. Y a los maestros nos permite reflexionar sobre ciertos valores difíciles de explicar. Además, a continuación, podemos hacer un debate o alguna dinámica para poner en común lo aprendido.
7. Libros y cuentos infantiles
A través de la literatura infantil y juvenil podemos transmitir la cultura del esfuerzo y el valor de la perseverancia. Hay muchos cuentos clásicos que los trabajan. Pero también muchos otros cuentos infantiles o lecturas para niños de edades más avanzadas que pueden ser un buen recurso para debatir en clase estos dos valores esenciales en la vida.
En este sentido, os recomendamos algunas novedades de Andana Editorial, como El mar lo vio, de Tom Percival, un hermoso álbum ilustrado que toma como referencia elementos de la colección de cuadros del Rijksmuseum de Ámsterdam.
La historia nos habla de una niña que pierde a su osito preferido en un día de playa. El mar, que ha visto lo sucedido y sabe que la niña se pondrá muy triste, se encargará de devolvérselo. La protagonista crece y no pierde la esperanza de volver a encontrarlo, y así es como el mar, con paciencia y constancia, consigue hacer realidad algo que parecía imposible.
En Ramiro el boxeador,de Lirios Bou, se añade también otro factor: el poder de la ilusión. Su protagonista, un boxeador con larga tradición familiar en el mundo del boxeo, quiere que su familia esté orgullosa de él y le vea participar en combates, pero él no quiere pegar a nadie. Finalmente, se las sabrá ingeniar muy bien para poder participar y ganar todos los torneos de boxeo.
Un fantástico relato que invita al lector a mantener la ilusión y no rendirse, y a seguir buscando alternativas y soluciones hasta lograr lo que uno tanto desea. Eso sí, siempre descartando siempre la violencia.
También encontramos el divertido cuento de ¡Grrrrr! de la mano de Rob Biddulph. Aquí, el protagonista, Fred, que se entrena para volver a ganar el concurso del mejor oso del bosque, se halla ante un grave problema: el día de la competición, su gruñido ¡no suena! Pero Fred no pierde la esperanza y, con la ayuda de sus amigos del bosque, buscará el gruñido por todas partes.
A partir de esta lectura, acompañada de ilustraciones cargadas de humor, podemos trabajar la importancia del entrenamiento y el esfuerzo para lograr una meta deseada, así como resaltar la importancia del trabajo en equipo y de valorar siempre la ayuda que nos prestan los demás.
En la misma línea de trabajo cooperativo y esfuerzo está el fantástico álbum ilustrado de Anuska Allepuz ¡Esta fruta es mía!EEn la jungla, encontramos a cinco elefantes a los que les encanta comer fruta. Un día, descubren una fruta nueva y exótica. Todos quieren conseguirla, y cada uno, individualmente, elabora su propia estrategia para hacerlo. Pero uno tras otro van fracasando en el intento.
Mientras tanto, el lector puede ver cómo las criaturas más pequeñitas de la selva, unos ratoncitos muy cooperativos y hábiles, terminan consiguiendo la deseada fruta. Los elefantes han aprendido una muy buena lección, y, juntos, terminarán saboreando su objetivo.